Acto de fe

Foto - Ariel Montenegro

Foto, Ariel Montenegro

Escondida, jugando a ser invisible, se esconde la iglesia.

La fe la persigue agitando las manos, esperando atraparla antes de que la Luna aparezca.

Las nubes -un poco traviesas- amortiguan campanas mientras la torre corre a camuflarse detrás de una ceiba.

Los vecinos, deslumbrados… lanzan a los cielos sus padrenuestros.

Soñar en azul

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cielo azul

Foto – Ariel Montenegro

Anoche soñé con el cielo -le conté a mi abuela hoy por la mañana- anoche soñé con la luz.

Yo era un gorrioncito gris en medio de la nada -perdón, en vuelo hacia la nada- y sentía entre las alas (no me pregunten cómo) correr el azul mientras me iba coloreando hasta quedarme celeste.

Entonces (y solo entonces) abrí los ojos.

El cuenta cuentos

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Foto por Ariel Montenegro

Debajo de los secretos brotó el pequeño árbol. Los cables lo alimentaban con las palabras perdidas que robaban a la estática y poco a poco vieron crecer sus hojas con la forma de palabras. Su fotosíntesis se realizaba con los signos de exclamación.

Dicen los que lo han visto, que su sombra va regalando historias. El «cuenta cuentos» es el nombre que le dan los niños.

El arroyo mágico

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IMG_6278Desde tiempos inmemoriales, aquella ciudad era atravesada por uno de esos riachuelos transparentes y frescos que arrastran ramitas a su paso. Nadie, absolutamente nadie, sabía de donde venía, pero a todos les alegraba la llegada de ese acompañante húmedo que refrescaba las calles.

Un día, uno de esos días calurosos en los que nadie quiere salir a la acera, a un niño le dio por probar el agua (sólo los niños son curiosos) y, maravillado por su sabor, corrió a decírselo a sus padres.
El agua sabía- contaba el pequeño a sus amigos- ¡a sal!
Y eso es muy raro
-añadía consternado- porque las aguas de río no tienen sabor.

En fin, que se armó un revuelo en todo el pueblo y los aldeanos, en búsqueda de una respuesta, decidieron partir a encontrar el nacimiento del arroyuelo misterioso.
La leyenda dice que nunca lo encontraron; que el rastro del agua se perdía por cavernas oscuras y selvas intrincadas y los aldeanos desistieron de su búsqueda…

Sin embargo, yo sé algo más. Y es que el niño, que como todo niño nunca se daba por vencido, encontró la fuente. Allí, en lo alto de la montaña más lejana del pueblo, comenzaba el nacimiento del agua. La sal venía de las lágrimas de un gigante (uno de los buenos, permítanme aclarar), que lloraba desconsoladamente porque se había enamorado de una sirena y esta había tenido que regresar al mar.

Nunca se le dijo a nadie del descubrimiento… y el buen gigante todavía debe andar refrescando al pueblo pero, cuentan los que la han visto que, a orillas del mar, justo donde termina el río, de vez en cuando aparece la silueta de una mujer. Mejor dicho, media silueta.

María

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Astrid SchulzUn cuento a cuatro manos…

Ella llega, con su pelo suelto, a conquistarlo todo. Como un torbellino arrastra a su paso los cuerpos inertes de los amantes que la han buscado mientras oculta en sus manos el arma homicida.

Se cuenta en los pueblos que miles han intentado capturarla y, sin embargo, nadie ha conseguido detenerla. Incluso peor, ninguno ha logrado escapar con vida. Sus balas tienen el color rojo de sus cabellos y en cada cuerpo estampa tres besos. María, le bautizan los bandidos. Las mujeres le rezan y los hombres le temen.

Con el tiempo que lleva marcando rayitas en el espaldar de su cama (de cinco en cinco: cuatro verticales y una diagonal que las atravesaba) ya la gente debería haber aprendido que es mejor evitarla, pero ella es una mala idea muy atractiva, como las borracheras o los poemas de Bukowski.

Bebía leche en el desayuno, comía poetas en el almuerzo y aventureros en la cena. No dejaba un hueso, ni rastro. Conservaba, sin embargo, como trofeo, souvenirs de todas las latitudes y poemas de todos los sentimientos y estados de ánimo. Tenía arena de El Cairo, chocolates suizos y rosas de Lima. Leía, antes de dormir, versos sobre ella que hablaban de deseo, de odio, de añoranza. No atesoraba líneas de decepción: nadie vivía lo suficiente como para desilusionarse.

¿Cómo lo lograba? Poniendo el pecho para que las víctimas atacaran primero. Regalaba libros, escribía versos, sonreía sin malicia y se mostraba posible. Pero tenía reflejos de cobra, y cuando el rival aventuraba una estocada recibía un relámpago que lo dejaba tieso, una luz cegadora, un disparo de nieve.

En la madrugada volvía a su guarida, agotada, con el estómago lleno y con el corazón conforme. Cuando se acostaba a leer sus poemas-trofeo, lloraba. No se le tensaba el rostro, no suspiraba, solo corría una lágrima que tal vez ella no notaba, imperceptible como el crecimiento del cabello. Nadie sabe si lloraba de conmoción por la belleza de los textos o por remordimiento, pero su llanto demostraba que tenía corazón.

Incandescentes

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Ariel Montenegro

Hay una leyenda maya que describe la vida. Esta relata que las almas llegan al mundo acompañadas de una luz radiante y que, al pasar los años, ese resplandor va atenuándose hasta convertirse apenas en una débil llamita que la muerte sopla.

Yo la creo plausible.
Sin embargo, también estoy segura de que hay vidas que nunca se menguan. Hay vidas que se mantienen prendidas hasta que de un tirón se les acaba la luz. Esas no se debilitan, mueren y ya. Semejantes a las bombillas, van por el mundo encandilando almas.

A veces, incluso las salvan.

La Luna

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Ariel Montenegro

A veces la Luna se vuelve una excusa. Y se convierte a su vez en la palabra que te nombra o en el recuerdo glorioso que reflejaban las olas aquella noche en la que decidiste regalarme un beso.

Dicen los viejos, que va de incógnita por los caminos que transitan los amantes para robarles en un descuido su brillo de estrellas. Así, a base de hurtos, alimenta su blancura.

Aquella noche florecía llena.

El Almendares

el ríoEl río que atraviesa mi ciudad no es un río de los azules. Hace mucho tiempo, cuando aún era arroyito, se le ocurrió cobijar a dos amantes y a partir de ese momento le rehuyeron los añiles.

El cielo no quiere reflejarse en un río pecador…

Los árboles del parque, para mitigar su pena, le regalan sus colores.

 

Las hormigas y el Karma

plaga La venganza es un plato que se sirve frío es una de las frases que más utilizamos nosotros los humanos (sí… los humanos).
Sin embargo, esta vez nos la robaron. Las ladronas hicieron un trato con Zeus y sólo por una semana fueron convertidas en gigantes.

Ahora asustan a los niños asomándose a sus ventanas, justo como, unos metros abajo, las atemorizábamos a ellas destruyendo sus hormigueros.